jueves, 12 de febrero de 2009

Gracias a Dios soy hombre, o eso creo (2ª Colaboración en los Miércoles Fotográficos. 11 de febrero de 2009)


Hace poco me pasaron un cartel vía e-mail de una de esas campañas con cierto tono de humor que retrataba una comparativa de los tipos de visita al W.C. que realizan los hombres y las mujeres. En concreto describía la simplicidad con la que nosotros vamos a mear en cualquier local donde nos encontremos, después de tomarnos la cerveza de rigor que nos sugería el cartel, u otra bebida espiritosa* –qué bien queda ese palabro- que se precie. Vale que para los abstemios pudiéramos aceptar “Coca-Colo”, “Fanto” y demás bebidas de agua con polvos, como combustible para la requerida visita al señor Roca. Y es que cuando llega nuestro momento del paseo casi ritual hacía el váter, -el que siendo hombre haríamos siempre y por supuesto en solitario- sin mayor dificultad que la de atravesar la marabunta de humanidad que se suele encontrar ante nosotros, pero que, una vez superada ésta ya sólo queda franquear la puerta del segundo templo en importancia de todo festero, -después de la barra del bar- y enfilar el urinario de la pared, desenfundar el pistolón –o pistolita según el calibre- y hale, bienvenida sea la paz en forma de agüita amarilla. Por supuesto que nada de cuartitos con puerta y pestillo, nosotros somos machos de pelo en pecho y no nos escondemos. Además de que esos cubículos están reservados para los farloperos, o para las féminas que se quieren ahorrar la cola, que cual procesión de hormigas se extiende sinuosa mientras pacientemente, pero como atrapada en un bucle, trata de consumirse al baño de las chicas.

Bueno, hasta aquí parece que todos estamos de acuerdo, ¿verdad?... Pues ¡NO ES ASÍ, COÑO!

No había bastante discrepancia con el aborto de los obispos -salvo en lo de que Monseñor Rouco Varela es fruto de uno- que tienen que llegar ellas, y no sé si fruto de la ley de igualdad o de qué carajo, pero van y se ponen de golpe y porrazo a “abotijarse” –Dícese de la acción de convertirse en botijo- Sí, congéneres del sexo masculino, varones con uve mayúscula, se ha acabado una de nuestras más singulares reservas idiosincrásicas, ya no tenemos la exclusividad de miccionar erguidos. –dícese mear de píe-

Ahora seguro que creeréis que me he dejado llevar por esas fotos y vídeos de dudosa procedencia que se encuentran fácilmente por Internet, pero nada más lejos de la realidad. Os puedo asegurar que yo mismo he sido testigo de ello en primera persona, cómo si fuese el operador de cámara de aquella emisión del “Sorpresa, Sorpresa” de Ricky Martin, la mermelada y el perro. Debo reconocer que desde entonces no soy el mismo, me he encontrado a mi mismo sentado en la taza del váter, y no necesariamente haciendo popo, sino tratando de encontrar mi identidad pérdida. Es como si mirase mi DNI y en el apartado donde figura el sexo, donde debe decir bien clarito y en letras mayúsculas para que todo Dios los vea V-A-R-Ó-N, apareciese una mancha borrosa.

Todo ocurrió el pasado fin de semana, vale que llevase unos cuantos tequilas alojados entre pecho y espalda, pero salvo porque le tire los trastos a la camarera, nada indicaba que estuviera perdiendo los papeles. Bueno, también brincaba y agitaba los brazos al ritmo de la música -o eso creía yo- era como si me hubieran poseído al unísono Steve Urkel (Cosas de casa) y Carlton Banks (el primo de “El príncipe de Bel-Air”), pero eso es habitual en mi. Vale, ahora que ha quedado suficientemente claro que me encontraba en plenas facultades etílicas, comprenderéis que se hizo indispensable poner rumbo a mi destino. Y una vez en el pisódromo, después de sortear las trampas que me ponían por el camino cientos de enanitos, a los cuales no llegue a ver, pero de los que tuve la certeza de que trataban de zafarme las piernas para ver si lograban hacerme caer de bruces, fue donde tuve ese encuentro en la tercera fase. Me hallaba a pocos centímetros de la pared, absorto contemplando el blanco del azulejo de la pared, cuando mi sentido de alerta, ósea mi orejota, se percato de la entrada en tromba de una mozuela, que ni corta ni perezosa al unísono se bajaba braga y pantalón verborreando no recuerdo bien qué a sus colegas, él y ella, que desde la puerta contemplaban la escena. Tan fugaz como apareció trato de acoplarse al urinario contiguo donde un servidor se vaciaba por completo. Fue como ver el montaje de la estación espacial en el telediario, aunque sin el éxito habitual de ésta. El primer embiste frontal fracaso, pero lo remedio con giro de 180 grados y una marcha atrás impropia de su condición femenina. Para cuando ya trababa de secar mis manos agitándolas al aire, el binomio de la susodicha –ya se sabe que no pueden ir más que en parejas- se intercambio con la primera y prosiguió el espectáculo. Durante el acto las arengas del público allí concentrado fueron continuas -era cómo correr al lado de la bici de Induráin en el Tourmalet- y a la conclusión del mismo la ovación fue espontánea y estruendosa.

Ahora, después de esto me pregunto qué será lo próximo que nos arrebaten. Acaso peligran nuestras bibliotecas de deuvedés con pelis porno, el tirarnos pedos, olfatearlos y vanagloriarnos de lo podridos que estamos por dentro, o su objetivo es apoderarse de la sana costumbre de las reuniones lúdico festivas alrededor de la tele, con la cerveza en una mano, la pizza en la otra y el fútbol en la mega pantalla de plasma. No lo sé, pero a pesar de nuestros gestos de buena voluntad recogiendo la mesa, cargando el lavaplatos –tratar de que freguemos los platos a mano es innegociable- y de incluso hacer la cama después de levantarnos. Ellas siguen y siguen comiéndonos terreno y restringiéndonos a mínimas reservas como si de indios norteamericanos se tratará. Os lo digo, esto no presagia nada bueno, compañeros preparar el remake del arca de Noé, purgar vuestros pecados, o mejor aún cometerlos antes de que sea tarde. Porque, o reivindicamos nuestro espacio tomando si fuera necesario medidas drásticas para poner las cosas en su sitio, o si no me equivoco estamos ante el apocalipsis y la extinción del macho ibérico está próxima. Que el señor nos pille confesados.

* Qué son las bebidas espirituosas: Se considera bebida espirituosa a aquellas bebidas con contenido alcohólico procedentes de la destilación de materias primas agrícolas (uva, cereales, frutos secos, remolacha, caña, fruta, etc.). Se trata, así, de productos como el brandy, el whisky, el ron, la ginebra, el vodka, o los licores, entre otros.


martes, 10 de febrero de 2009

Hay vida después de la muerte (1ª Colaboración en los Miércoles Fotográficos. 16 de enero de 2008)


El título asegura que hay vida después de la muerte, no se trata de la muerte física, no por Dios, me refiero a muerte del matrimonio treintañero. Sí, ahora diréis - ¿Qué matrimonio treintañero ni que ocho cuartos?- Vamos a ver, yo los matrimonios los divido en tipos. Tenemos el matrimonio adolescente, ese que es como un gol en propia meta, ese que nunca quieres meter pero que clavas por la escuadra y después se te cae el mundo encima o como poco la mano de tu padre, seguida de la de tu madre y de la de tu futuro suegro. Después está el matrimonio veinteañero, éste es el de - Papá, paso de estudiar y quiero currar. - Esto no lo hacen porque prefieran treinta días de vacaciones a los casi cuatro meses que tenían cuando eran estudiantes, no, es porque al buga del papoya no le pueden colocar el alerón, las llantas de aleación y que ni de coña les va a dejar poner pegatinas en el parabrisas, de esas que llevan el nombre de él y el de su churri seguidas de la bandera nacional.

Vale, llegados a este punto nos queda el matrimonio que nos atañe y del que voy pasar de describir, ya que no debo ser muy experto porque al menos el mío ha muerto. Es por lo que pienso que no debería ser un autentico matrimonio treintañero o quizás sí, pero bueno, eso lo dejo a la opinión de cada uno. Sea como sea, lo importante es que después del mismo puedo asegurar que haber vida la hay, y no precisamente alienígena, aunque en la noche uno se encuentra especímenes que no son de este mundo. Eso si, deben ser especímenes en extinción o especies protegidas porque no hay quién coño se acerque a ellas, ya que suelen ir escoltadas de tipos calvos como eunucos que seguro que infectarlas no las infectaran o al menos eso es lo que quiero pensar.

Si compañeros treintañeros, si sois separados o divorciados y además melenudos como yo, o tenéis pelo sobre la azotea, por pocos centímetros de largo que tenga, estáis acabados. Los eunucos se han hecho con el poder, y los melenudos no tenemos nada que hacer. Y es una gran putada, porque joder, ¿qué culpa tenemos nosotros de que nos ennoviáramos en la década de los 90? Porque, por raro que os parezca, la culpa es de esa década. Ahora os preguntaréis por el motivo… Es muy simple, nosotros salimos del mercado en esos años y tenemos grabado en el subconsciente que lo que molaba entonces era llevar melena. Si no me creéis pensar en algún cantante de éxito de aquella época que no la llevará. Todos la llevaban y triunfaban más que unas castañuelas, y el que no la llevaba era gay reconocido o era gay porque lo digo yo y no me va a joder el miércoles de mi debut. Entonces esto ocasiona que años después, cuando vuelves al mercado, por supuesto pasando por la cárcel, la casilla de salida y cualquier otra penalización que se os ocurra, que haces… te pones guay y te dejas la melena, porque es lo que crees que mola… pues la cagaste Burt Lancaster!

Eso sí, si tuviste la suerte de ser de esos que en los 90 estaban empezando a tener entradas, ahora estás abonado y te has convertido en un eunuco cabrón y además estás en el mercado saltando de oca en oca y tirando-telas porque te toca. Tú pensarás que eso es de justicia, ya que antes no te comías una rosca y encima te llamaban Míster Proper. Pero joder, es que ahora te comes el bote entero y cómo mucho te llaman Don limpio, que además eso de la limpieza a las tías les pone. Todo esto sin hablar de que las roscas de antes eran en su mayoría inventadas o eran caseras. Sí, de esas que os hacíais en casa, ya me entendéis… Vamos que nada tienen que ver con las roscas de ahora.

Bueno, después de expresar mi poca simpatía por esos amigos de la espuma de afeitar en la cabeza y la maquinilla en la mano, debo deciros que aún así no está todo perdido y que no debéis desesperar, porque aún quedan opciones para nosotros los melenudos. Sí, porque si además de llevar un mocho en la cabeza eres chaparret, tienes poca gracia, el cutis estropeado, has criado pancheta, vistes desconjuntado o incluso eres votante del Pp (algo ciertamente incompatible con ser melenudo pero de todo hay) siempre puede ser que tengas un Ferrari, con lo que tus defectos se harán invisibles de inmediato.

Ok, ok, en este momento es cuando os cagáis en mi de verdad y dejáis de leer para pasar a pensar que los calvos merecen la muerte, que en la puta vida un calvo se ha comido una mierda, que no os falta razón, y que ahora que os habéis dejado melena no sabéis que coño podéis hacer con ella. Por un momento habéis pensado que estabais jodidos de verdad, habéis pensado que estabais separados, que habéis pasado por todas las casillas chungas del juego y además, recordarlo, no tenéis un puto Ferrari… Bien, pues aún así hay esperanza porque os quedan tres opciones:


  1. La opción de comprarse el llavero de Ferrari, que los podéis encontrar en los Norauto. Este truqui dicen que a veces funciona, pero supone el peligro de estampida y decepción en el momento en que tu víctima descubre que el color rojo es lo único que tiene de Ferrari tu Opel Corsa.
  2. Otra más drástica y a la par menos honorable es la de cambiarse de bando. Pasar a ser un Kojak, un elegante Yul Brynner o un trillizo macarra de Kiko y Coto Matamoros.
  3. Y la tercera, por la que un humilde servidor se ha decantado, y la que recomiendo a todos los melenudos desarrapados que hayáis seguido leyendo hasta aquí, es la de dejar de buscar mujeres de otro mundo y centrarse en las de este, que son mujeres inteligentes, mujeres atractivas, mujeres con carácter, mujeres simpáticas, mujeres cariñosas, en una palabra mujeres de verdad.

En definitiva, no sé qué manía tienen algunos en explorar otros mundos si están en este. Así que por mí los nuevos Jean-Luc Picard (Patrick Stewart) pueden seguir explorando en su Ferrari (USS Enterprise), que yo sigo con mi R-11 y mi melena viento en popa a toda vela.



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