Ahí estaba yo, tratando de adecentar la
barba de vikingo que me gastaba, mientras miraba fijamente el aparato tratando de
que mi concentración contribuyera de alguna forma a una carga más rápida del
cacharro. Cada poco lo sacaba del cargador y trataba de aprovechar los escasos
segundos de autonomía que daba, para intentar, de alguna manera apañar, intermitente
y desesperantemente mi barba. De ahí a la ducha y volando a la boda. Mientras
conducía pensaba – ¡Coño! otra boda a la
que llego tarde. - Vale que no solo llego tarde a las bodas, que llego tarde a
todas partes, pero leñe esta vez lo tenía todo preparado: el traje listo, la
camisa planchada, la corbata escogida… y la maquinilla descargada.
La boda muy chula, llegué hacía el final
de la ceremonia. Hice una entrada sigilosa, hasta me dio tiempo de echar
algunas fotos camufladoras de mi retraso, y de ahí al ritual de la fotos de los
novios. Con la familia de él, de ella, los amigos; ahí es donde estaba yo
tratando de meter barriga en vano, porque luego me vi y por mucho que metiera
estómago seguía pareciendo un pez globo.
El lugar era bonito, pero aún así ninguno
de estos sitios puede evitar el aire “kitsch” que los envuelve. Porque, ¿qué
boda no es kitsch? He pasado por muchas, como imagino que todos vosotros (entre
ellas la mía) y ya pueden hacer que la tarta descienda del techo, que lleve
lucecitas como un árbol navideño, o como en esta, que tenga una escultura hecha
de hielo con una iluminación colorida que la retro-iluminaba. El caso es que sean
como sean, todas acaban pareciendo un artificio de lo más hortera. De verdad
espero que mi amigo me perdone, pero es que cuando vi la tarta no pude evitar
pensar en la Gayatas de las fiestas de Castellón. Y eso sí, la Tizona, el
espadón de El Cid no podía faltar para cortar la tarta. En este punto debo
decir que yo y mi ex nos negamos en rotundo a cortar la falla, digo la tarta,
con el susodicho estoque. No sé si es que el asunto nos sobrepasaba en exceso
por estrafalario o que alguno temía que nuestro matrimonio terminará de manera tan
rápida como trágica.
Después de la ceremonia pasamos al
cóctel, éste es mi momento favorito, es en el que tratas de comer y beber
desesperadamente pero tratando de disimularlo todo lo que puedes. Que vale que
seamos unos muertos de hambre, pero oiga usted, lo somos con estilo y
educación. Mientras, de fondo sonaba la música de ascensor típica de estos
eventos, interpretada por una orquesta, que no es que me fijase especialmente
en ella, pero la verdad sonaba bien para ser de ascensor. Orquesta que
descubrí, debo confesarlo, cuando trasladaron el corte de jamón junto a ella
por la lluvia que repentinamente comenzó a caer. Es lo que tiene la llamada del
jamón ibérico.
Luego, en el convite te congratulas cuando
ves que te han colocado en una mesa buena. Porque al ser uno solo te convierte
en un comodín perfecto para rellenar o animar mesas extrañas, donde se suele
reunir a los elementos que no sabes muy bien donde colocar. El caso es que ahí
estaba yo con viejos compañeros de juergas, rememorando tiempos de cuando
éramos algo más jóvenes, que lo seguimos siendo, sólo que ahora estamos un poco
más achacados y algo aburguesados. Esto quiere decir que ya no ingerimos
cualquier brebaje, ni lo hacemos en cualquier sitio, por lo que se acabó eso de
tomar la última en un antro en el que sobrio no entrarías ni de coña, o de
dormir la mona en el banco o portal más cercano.
Después, una vez sentado a la mesa, cuando
miras la carta piensas que preferirías subir el Tourmalet en triciclo que tener
que comerte todo eso después de cómo te has puesto en el cóctel. Porque digo
yo; por qué no ponen un cartel al lado del jamón donde diga algo así como:
“Coma con moderación que después le esperan 5 platos más, sorbete, postre y
tarta”. Uno seguro que comería con más mesura. Pero no, parece que quieran
acabar con el hambre en el mundo alimentando a un grupo heterogéneo entre los
que unos parecen disfrazados, otros recién llegados de las carreras de Ascot, y
hasta crees haber llegado a ver a alguna que otra “virgen” vestal.
Así que, si has sobrevivido a la comilona
te haces el ánimo de asaltar la barra libre con el auto-convencimiento de que
un Gin Tonic te ayudará a rebajar lo que te has zampado. Nada más lejos de la
realidad, pero de ilusión también se vive, y si no rebaja al menos ayuda a
abstraerse del baile que presencias en medio del salón a ritmo de pasodoble.
Que digo yo… Cuando yo sea el abuelote en una boda de mis hijos, o a este paso
de mis sobrinos, ¿me pondrán a Manolo Escobar para animarme a salir a bailar?
En fin, que cuando consideras que ya has
cumplido con tu colega el novio, que ya se ha hecho una hora respetable para
retirarse, que ha pasado el tiempo prudencial después del último cubata para
poder conducir, vas, te despides, le deseas a los novios que lo pasen bien en
la luna de miel, amenazas a tu amigo con que a una tercera boda suya ya no
vuelves ni de coña y te vas en busca del coche. Es cuando te dices. – En un
ratito en casa y a dormir – Pero no, metes la llave en el contacto, la giras y
aquello está más muerto que Tutankamon. Instintivamente miras el control de las
luces y ahí están… Encendidas, o mejor dicho, lo estuvieron mientras me ponía
como una foca comiendo y me bebía en cubatas el hielo de todo el Ártico. Ahí te
das cuenta de que eres un campeón y que nada puede superar esto. Que es justo
lo que pensaste unas horas antes cuando la maquinilla de recortar la barba te
había dejado tirado al inicio de esta historia. Pero una vez más te equivocas,
porque cuando encuentras la solución, gracias a la amabilidad del chofer de la
limusina de los novios, es cuando éstos y el resto de invitados deciden marcharse.
Y ahí estás tú, cargando la batería al lado de un autobús lleno de invitados
borrachos en el que todos piensan lo mismo… ¡¡PRINGADO!!
Otros Momentos Truman:
- Momentos Truman (El cajero automático)
- Momentos Truman II (Mi R11, un panorama para morir)
- Momentos Truman III (Mi primera vez)