martes, 10 de febrero de 2009

Hay vida después de la muerte (1ª Colaboración en los Miércoles Fotográficos. 16 de enero de 2008)


El título asegura que hay vida después de la muerte, no se trata de la muerte física, no por Dios, me refiero a muerte del matrimonio treintañero. Sí, ahora diréis - ¿Qué matrimonio treintañero ni que ocho cuartos?- Vamos a ver, yo los matrimonios los divido en tipos. Tenemos el matrimonio adolescente, ese que es como un gol en propia meta, ese que nunca quieres meter pero que clavas por la escuadra y después se te cae el mundo encima o como poco la mano de tu padre, seguida de la de tu madre y de la de tu futuro suegro. Después está el matrimonio veinteañero, éste es el de - Papá, paso de estudiar y quiero currar. - Esto no lo hacen porque prefieran treinta días de vacaciones a los casi cuatro meses que tenían cuando eran estudiantes, no, es porque al buga del papoya no le pueden colocar el alerón, las llantas de aleación y que ni de coña les va a dejar poner pegatinas en el parabrisas, de esas que llevan el nombre de él y el de su churri seguidas de la bandera nacional.

Vale, llegados a este punto nos queda el matrimonio que nos atañe y del que voy pasar de describir, ya que no debo ser muy experto porque al menos el mío ha muerto. Es por lo que pienso que no debería ser un autentico matrimonio treintañero o quizás sí, pero bueno, eso lo dejo a la opinión de cada uno. Sea como sea, lo importante es que después del mismo puedo asegurar que haber vida la hay, y no precisamente alienígena, aunque en la noche uno se encuentra especímenes que no son de este mundo. Eso si, deben ser especímenes en extinción o especies protegidas porque no hay quién coño se acerque a ellas, ya que suelen ir escoltadas de tipos calvos como eunucos que seguro que infectarlas no las infectaran o al menos eso es lo que quiero pensar.

Si compañeros treintañeros, si sois separados o divorciados y además melenudos como yo, o tenéis pelo sobre la azotea, por pocos centímetros de largo que tenga, estáis acabados. Los eunucos se han hecho con el poder, y los melenudos no tenemos nada que hacer. Y es una gran putada, porque joder, ¿qué culpa tenemos nosotros de que nos ennoviáramos en la década de los 90? Porque, por raro que os parezca, la culpa es de esa década. Ahora os preguntaréis por el motivo… Es muy simple, nosotros salimos del mercado en esos años y tenemos grabado en el subconsciente que lo que molaba entonces era llevar melena. Si no me creéis pensar en algún cantante de éxito de aquella época que no la llevará. Todos la llevaban y triunfaban más que unas castañuelas, y el que no la llevaba era gay reconocido o era gay porque lo digo yo y no me va a joder el miércoles de mi debut. Entonces esto ocasiona que años después, cuando vuelves al mercado, por supuesto pasando por la cárcel, la casilla de salida y cualquier otra penalización que se os ocurra, que haces… te pones guay y te dejas la melena, porque es lo que crees que mola… pues la cagaste Burt Lancaster!

Eso sí, si tuviste la suerte de ser de esos que en los 90 estaban empezando a tener entradas, ahora estás abonado y te has convertido en un eunuco cabrón y además estás en el mercado saltando de oca en oca y tirando-telas porque te toca. Tú pensarás que eso es de justicia, ya que antes no te comías una rosca y encima te llamaban Míster Proper. Pero joder, es que ahora te comes el bote entero y cómo mucho te llaman Don limpio, que además eso de la limpieza a las tías les pone. Todo esto sin hablar de que las roscas de antes eran en su mayoría inventadas o eran caseras. Sí, de esas que os hacíais en casa, ya me entendéis… Vamos que nada tienen que ver con las roscas de ahora.

Bueno, después de expresar mi poca simpatía por esos amigos de la espuma de afeitar en la cabeza y la maquinilla en la mano, debo deciros que aún así no está todo perdido y que no debéis desesperar, porque aún quedan opciones para nosotros los melenudos. Sí, porque si además de llevar un mocho en la cabeza eres chaparret, tienes poca gracia, el cutis estropeado, has criado pancheta, vistes desconjuntado o incluso eres votante del Pp (algo ciertamente incompatible con ser melenudo pero de todo hay) siempre puede ser que tengas un Ferrari, con lo que tus defectos se harán invisibles de inmediato.

Ok, ok, en este momento es cuando os cagáis en mi de verdad y dejáis de leer para pasar a pensar que los calvos merecen la muerte, que en la puta vida un calvo se ha comido una mierda, que no os falta razón, y que ahora que os habéis dejado melena no sabéis que coño podéis hacer con ella. Por un momento habéis pensado que estabais jodidos de verdad, habéis pensado que estabais separados, que habéis pasado por todas las casillas chungas del juego y además, recordarlo, no tenéis un puto Ferrari… Bien, pues aún así hay esperanza porque os quedan tres opciones:


  1. La opción de comprarse el llavero de Ferrari, que los podéis encontrar en los Norauto. Este truqui dicen que a veces funciona, pero supone el peligro de estampida y decepción en el momento en que tu víctima descubre que el color rojo es lo único que tiene de Ferrari tu Opel Corsa.
  2. Otra más drástica y a la par menos honorable es la de cambiarse de bando. Pasar a ser un Kojak, un elegante Yul Brynner o un trillizo macarra de Kiko y Coto Matamoros.
  3. Y la tercera, por la que un humilde servidor se ha decantado, y la que recomiendo a todos los melenudos desarrapados que hayáis seguido leyendo hasta aquí, es la de dejar de buscar mujeres de otro mundo y centrarse en las de este, que son mujeres inteligentes, mujeres atractivas, mujeres con carácter, mujeres simpáticas, mujeres cariñosas, en una palabra mujeres de verdad.

En definitiva, no sé qué manía tienen algunos en explorar otros mundos si están en este. Así que por mí los nuevos Jean-Luc Picard (Patrick Stewart) pueden seguir explorando en su Ferrari (USS Enterprise), que yo sigo con mi R-11 y mi melena viento en popa a toda vela.



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